20080131

Caracoles nerviosos en mi retro-autoretrato-carnedecañondepincel
























Es que no tomé la comunión.

Hoja de pruebas de colores, definido con algunos retoques intencionales (el dibujo es impreso luego de escanear el original)

Cuaderno de viajes

Córdoba, vista de la Catedral desde el patio del Cabildo































Ese día había ido un grupo de chicos del jardín con su maestra, todos con su incipiente tonito cordobés tan simpático. La maestra los hizo sentar formando una ronda en el medio del patio y empezó a preguntarles qué veían. Yo escuchaba y los observaba mientras dibujaba (cuando hacía el dibujo de la catedral), y parecía que de todos ellos ninguno quería quedarse callado ante los maravillosos descubrimientos que iba haciendo. Gritaban contentísimos muchas, muchas cosas, y así aprendí que una jarra podía tener infinitos nombres, y que las columnas podían llamarse dedos. Por supuesto, dibuje todo el rato sin dejar de sonreír.


La función del arte /1

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff,lo llevó a descubrirla.

Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba mas allá de los altos médanos,esperando.

Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arena, después de mucho caminar, la mar estallo ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de lamar, y tanto su fulgor que el niño quedo mudo de hermosura.

Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando,pidió a su padre;

- ¡Ayudame a mirar!

Eduardo Galeano

20080129

Fabio Zerpa tiene razón


















Sobre la pared de un local de calle 12, al lado de esa casa de música pintada de negro con una eme blanca que nada que ver con la de la casa de comidas extranjera roja y amarilla porque la que tiene la casa de música pintada de negro es así toda robusta y rígida y la de la casa de comidas extranjera roja y amarilla es flaca tirando a famélica con curvas saltarinas y yo creo que debería ser al revés porque si es así flaca tirando a famélica debe ser que no la alimentan bien y si no alimentan bien a su mascotita saltarina ni nos imaginemos como alimentan a las personas que van a comer ahí a su misma casa de comidas extranjera pintada de rojo y amarillo.

Natura stressata

20080128

Améd y el tercer vaso

La casa que supo construir Amed hace tantos años, es del material más noble que su vida le permitió conocer: el adobe. Material tan noble, "que podría rimarse con la palabra noble misma, si se tiene la voluntad suficiente, querible como un amor fresco de primavera y tan duradero como la vida linda". Vive en las cercanías de un pueblito nacido en tierras áridas al este de las cordilleras, que se llama Pagancillo. Llegó cuando tenía treinta y tres años, y fue, dice, lo más parecido a su tierra natal que pudo hallar en los cincuenta años que lleva viviendo en este nuevo continente. La casa es pequeña de paredes rugosas, y en ella aloja una mesita suficiente para comer dos personas, tres banquitos de mimbre, dos sanos y uno esperando reparación, y lo poco que necesita para su vivir diario. En un mueblecito modesto pero bien cuidado guarda del polvo las cosas más valiosas como las cartas de su primer amor escritas en árabe y una foto de un caballo que supo ser un fiel amigo por muchos años. Una heladera brilla en aparente disonancia con el resto, y su catre sostiene un colchón vencido, con frazadas de colores opacados por el tiempo y con la dignidad de ser la salvación en las noches rudas. A pesar del viento y la aridez del entorno, mantiene su casa con una limpieza admirable.
Amed es un hombre apacible, vive de sus cultivos y animales y así también disfruta de la vida en comunidades pequeñas. "Heredé de mi madre un gusto por la contemplación de las cosas que me rodean y de mi padre un amor profundo por la música simple, como verá usted en mis instrumentos que yo mismo me fabriqué". Me habla pausado, hay tonos de su lengua natal en su castellano admirablemente adiestrado, y mueve las manos con gestos cadenciosos acompañando el relato. Sabe hacer amena su compañía y hospitalidad, tan habitual y generosa en la gente de estos hermosos pueblitos que hacen pensar en ellos como selvas vírgenes, lejanas de la sofisticación de las ciudades pesadas.

Luego de un silencio muy grato en la charla, Amed me ofrece un vaso de agua y acepto gustoso. A pesar de la austeridad en su vida -me explica mientras abre la heladera a gas-, acepta aquellos inventos que le facilitan un poco el vivir cotidiano, porque sabrá usted cómo se bendice una jarra de agua fría en estas arideces. Sirve el agua en dos vasos de su colección de seis "que me regaló una familia muy querida del pueblo" y luego de alcanzarme el mio, deja al otro sobre la pequeña mesa y vuelve a servir uno más. Me extraña la ceremonia, porque eramos sólo dos, y ya venía él con el tercer vaso servido. Se sienta nuevamente frente a mí, tomando sorbos del agua que estaba riquísima como todo lo que llega justo cuando uno lo desea, y yo sentía mucha curiosidad por el vaso huérfano que presidía la mesa por falta de bebedor. Amed por supuesto se da cuenta:

-¿Le resulta curioso?
-Sí, es que me llama la atención que haya servido un vaso más.
-Sabe, todos los días lleno un vaso con agua fresca y lo dejo en algún lugar cerca mío. Es algo que hago desde que llegué a este lugar.
-Supongo que tendrá algún motivo, y si no es molestia me encantaría que quedara en sus manos el resto de este relato, que tan merecido lo tiene por haber venido a mi imaginación puntualmente para que yo pudiera escribir esto. Maestro, suyas sean las palabras.

20080123

Mugres son las de ahora

Por Sardino Mueca Gordalán
No es una gran revelación: la suciedad (grela, mugre, como quiera llamársele) es un invento de la tecnología. Como una hija accidental de la misma evolución, preferida de los científicos esos a la hora de jactarse. La tecnología misma también ha dejado al margen de la buena historia al jabón neutro, a las tablas de lavar, e incluso al megáfono, reemplazado por esos minicomponentes, que les dicen. Porquerías, les digo yo. Porque eso es lo que son, porquerías. Inventos y más inventos; una caravana desfachatada de adminículos y mamotretos de todos los tamaños que dicen facilitar la vida de las personas. Porque hoy en día mi viejo, son todos unos vagos. Que no me vengan a decir que necesitan tal o tal aparato porque lo que necesitan es ganas de trabajar, eso es lo que necesitan.
La cosa es que ahí empieza el asunto de la grela que antes no existía, y que si existía no se veía. Porque antes, mi viejo, no se tenían las ventanas abiertas a la luz del día como ahora, que se ve todo el polvillo sobre los muebles, no. Antes, cerraditas las persianas todo el día, y si querías luz te ibas a jugar al patio. Y así minga que ibas a ver mugre dentro de la casa. Una pinturita, hermano. Pero ahora no; todo abierto, los rayos del sol arruinando las cómodas y muebles como si nada y nadie parece percatarse del descuido, porque están enfrascados con la tecnología. Y dale que va con la tecnología.
Entiéndase que con tecnología incluyo a toda esta sarta de ridiculeces de la vida sana y buenos ánimos. Porque antes, anda a reirte mientras el padre de la casa hablaba en la mesa. Minga que te ibas a reir. Porque antes había respeto, mi viejo. Y dirán que soy un anacrónico y les doy la razón, porque estoy convencido de que antes estabamos mejor. Sin televisor, ni computadora, ni minipimer, ni auriculares, ni multifunción Epson ni HP, ni todas estas pelotudeces. Yo ¿sabes que hacía a los 13 años? estaba en el tractor de la chacra, hermano. Y no drogándome como los pibes de hoy en día. Drogados y borrachos, todos. Como en la universidad, que es un criadero de vagos.
Tanta es la indignación que me provoca que el tíutulo del artículo no tiene de qué sostenerse ya. Y te digo por qué no tiene de que sostenerse. De la mugre, mi viejo. De la mugre.

20080120

Don Carlos y las misas

Por el "Pollito" Ciancrotta
Ayer a la mañana, en vísperas del mediodía, estabamos con unos muchachos tomando algo fresco en el bar "El Dador", de Carlos Alonso Cárdenas. Mucha calor decía Carlitos, perdido entre el sudor condensado que hacía imposible la visibilidad dentro del recinto, mientras fregaba un vaso con la franela ennegrecida del taller mecánico, su otra ocupación. Yo no podía hacer más que darle la razón, si ahí adentro gorrión en un caño era poco decir y las axilas excesivamente peludas de los concurrentes no hacían mas que enturbiar el aire. No pensé en retirarme tampoco, porque en la calle el frío era degollador y no prometía tan buena compañía como el bar, de modo que seguí impertérrito en mi butaca.
Y cuando la puerta de nylon se abrio Carlos al estilo Saramago: pero si es el padrecito Pedro, cómo se va a ir sin tomarse una ginebrita padre, usted que debe andar cansado del día de hoy, pero cómo negarle, don Carlos, si tanta misa sin poder tomar vino es un calvario, fíjese usted. Y el padre se sentó entre el Tano Miguetti y yo, en el último banquito libre. La sotana ya tenía un tizne brillante por el sudor y la humedad impregnados del ambiente y de la frente del padre se adherían gotas in crescendo.
Cada uno con su ginebra, excepto yo que tomaba un té de boldo, meta charla de todo y con más confianza, después de descubrir con el padrecito muchas coincidencias. Carreras de caballos, el prode, el póker y el tejo fueron nuestras aficiones más encontradas. Pasó la mañana así de amena, hasta que el sol vertical del mediodía mandó a cada uno a sus diligencias. Yo a dormir la siesta, don Carlos a rasquetear las paredes, y el padrecito a leer su Ámbito Financiero. Los demás por supuesto, rasqueteando con don Carlos, para tener mañana un trago asegurado. Como en aquella canción de Joan Manuel.