20080223
20080213
Crónicas de personas como la gente (segunda entrega)
Jordi Iturriberrigorri Goycorrota Berecochea -apodado El Vasco Etcétera- soñó toda su vida con lograr un gremio superheroico comprometido con las problemáticas sociales de su época, con impartir justicia y dignidad allí donde las celebridades superheroicas pasaban por alto, por no encontrar en esos recovecos ínfimos -como ellos decían- el renombre y reconocimiento de los que un superhéroe como la gente debiera gozar. Jordi, un sujeto con corazón y pies humanos, atendía aquellos problemas olvidados por sus pares y no relegaba su causa por una capa de Christian Dior.
Su túnica de oficio superheroico eran una remera verde de la feria paraguaya (que en dos años jamás cedió al castigo del lavado en agua caliente), sus jeans favoritos de la adolescencia, ojotas con tira de tela y su objeto más preciado: su cinturón blanco con tablitas talladas de madera. Y nada más. Así el Vasco Etcétera desmitificaba la ocultación de identidad, y se mostraba reconocible tanto en superhéroe como en civil. Si uno le preguntaba por qué se tomaba la molestia de vestirse para ser superhéroe, él decía que lo mismo hacen quienes se visten de traje para la oficina. "Porque digno es cualquier trabajo, hermano, mientras uno se ocupe de hacerlo", me dijo para terminar la entrevista en el bar que frecuenta.
El Vasco Etcétera. Un tipo comprometido con las problemáticas olvidadas.
Su túnica de oficio superheroico eran una remera verde de la feria paraguaya (que en dos años jamás cedió al castigo del lavado en agua caliente), sus jeans favoritos de la adolescencia, ojotas con tira de tela y su objeto más preciado: su cinturón blanco con tablitas talladas de madera. Y nada más. Así el Vasco Etcétera desmitificaba la ocultación de identidad, y se mostraba reconocible tanto en superhéroe como en civil. Si uno le preguntaba por qué se tomaba la molestia de vestirse para ser superhéroe, él decía que lo mismo hacen quienes se visten de traje para la oficina. "Porque digno es cualquier trabajo, hermano, mientras uno se ocupe de hacerlo", me dijo para terminar la entrevista en el bar que frecuenta.
El Vasco Etcétera. Un tipo comprometido con las problemáticas olvidadas.
20080208
Crónicas de personas como la gente
Luis Norberto Norma tenía una curiosidad inaudita. De chico se formulaba planteos donde el resto de nosotros -personas normales como la gente- pasábamos de largo, y hacía hallazgos inreíblemente intrascendentales. Tuvo una infancia se podría decir que linda por no exagerar con feliz, y promediando su adolescencia ya estaba en vísperas de la adultez, que tanto envidiaba a sus padres.
Dicen quienes tuvieron el acaso privilegio de conocerlo, que una tarde de abril tomando mate bajo una parra con quienes tuvieron el acaso privilegio de conocerlo y que nos refieren esta anécdota -quienes tuvieron el acaso privilegio de conocerlo-, que Luisito espetó una de sus más célebres intrigas: "Che, qué pasará si me zampo el mate este en la zabeca?".
Todos nos quedamos mudos ante semejante estupidez monumental -nos cuentan quienes tuvieron el acaso privilegio de conocerlo y que nos refieren esta anécdota-, y cuando nos quisimos acordar, fíjese usted, estaba Luisito con cara medio así con los ojos saltones y el mate como enraizado en la cabeza. Por supuesto que no atinamos a otra cosa que gritar histéricamente. Y eso, Luisito desapareció.
Un testimonio apabullante sin dudas, para los inciados en estas crónicas extrañas. La investigación sobre los allegados a Luis Norberto Norma no aportó datos relevantes al caso, pero Luisito no desapareció completamente, no. Dicen quienes tuvieron el acaso privilegio de conocerlo que nos refieren esta historia que Luisito aparece cada tanto, mirando fijamente el cordón de la vereda de una casa abandonada, gritando por lo bajo a quien se le acerque "Shps ,Shps", para desaparecer lenta y aburridamente, al sol o a la sombra.
Todos nos quedamos mudos ante semejante estupidez monumental -nos cuentan quienes tuvieron el acaso privilegio de conocerlo y que nos refieren esta anécdota-, y cuando nos quisimos acordar, fíjese usted, estaba Luisito con cara medio así con los ojos saltones y el mate como enraizado en la cabeza. Por supuesto que no atinamos a otra cosa que gritar histéricamente. Y eso, Luisito desapareció.
Un testimonio apabullante sin dudas, para los inciados en estas crónicas extrañas. La investigación sobre los allegados a Luis Norberto Norma no aportó datos relevantes al caso, pero Luisito no desapareció completamente, no. Dicen quienes tuvieron el acaso privilegio de conocerlo que nos refieren esta historia que Luisito aparece cada tanto, mirando fijamente el cordón de la vereda de una casa abandonada, gritando por lo bajo a quien se le acerque "Shps ,Shps", para desaparecer lenta y aburridamente, al sol o a la sombra.
20080205
Mujer feliz en otoño
20080201
Esta ilustración que le refriega la manga al prócer es de hace unos 20 minutos, hecha en un cuaderno de apuntes -en suplencia del de viajes, que no lo tengo por aquí. Dibujé eso y me quedé pensando, ¿no? Pensaba "cuánto hace que no me como unas chocolinas", y fue bajar al kiosco de enfrente para saciar mi ambición alcanzable.
Pero cuando volví miraba el dibujo y leía eso de las manos dicen hola, y es curioso. Porque las manos en su ansiedad se nos adelantan, nos hacen prescindibles por un instante y sólo somos un soporte motriz para que ellas hagan lo que les plazca, y dejarnos sentados, como simples espectadores. Entonces luego uno apura el paso para ver a dónde quiere llegar la mano dibujante, y he allí el lienzo impoluto de la libre interpretación.
Las manos, dicen HOLA.
Hacen otras cosas también, ya sé; pero las manos, básicamente, dicen HOLA. Como una comunicación certera a la distancia, cuando la voz se difumaría en los ruidos que hacen la sinfónica perpetua de una ciudad moderna, xilofones misturados de todos los saludos desvanecidos y los tangos silbados que erosiona el viento. Las manos se ven desde lejos bailando, son francas y amables, elocuentes y por qué no, llamadoras. Alguien agita la mano en lo alto de su humanidad justo hacia aquí, y uno sonríe y levanta la suya en lo alto de su humanidad también porque, hombre, no jodas, que saludarse tan expresivamente es de los beneficios mas preciosos de los seres humanos.
Y uno se arrima, donde las manos se van llamando hasta que se abrazan, o quizás le dejan el gusto a los labios y cachetes, narices y codos, o una palmadita en la espalda.
Pero ellas las manos, dicen ¡HOLA!
Pero cuando volví miraba el dibujo y leía eso de las manos dicen hola, y es curioso. Porque las manos en su ansiedad se nos adelantan, nos hacen prescindibles por un instante y sólo somos un soporte motriz para que ellas hagan lo que les plazca, y dejarnos sentados, como simples espectadores. Entonces luego uno apura el paso para ver a dónde quiere llegar la mano dibujante, y he allí el lienzo impoluto de la libre interpretación.
Las manos, dicen HOLA.
Hacen otras cosas también, ya sé; pero las manos, básicamente, dicen HOLA. Como una comunicación certera a la distancia, cuando la voz se difumaría en los ruidos que hacen la sinfónica perpetua de una ciudad moderna, xilofones misturados de todos los saludos desvanecidos y los tangos silbados que erosiona el viento. Las manos se ven desde lejos bailando, son francas y amables, elocuentes y por qué no, llamadoras. Alguien agita la mano en lo alto de su humanidad justo hacia aquí, y uno sonríe y levanta la suya en lo alto de su humanidad también porque, hombre, no jodas, que saludarse tan expresivamente es de los beneficios mas preciosos de los seres humanos.
Y uno se arrima, donde las manos se van llamando hasta que se abrazan, o quizás le dejan el gusto a los labios y cachetes, narices y codos, o una palmadita en la espalda.
Pero ellas las manos, dicen ¡HOLA!
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