20080201


















Esta ilustración que le refriega la manga al prócer es de hace unos 20 minutos, hecha en un cuaderno de apuntes -en suplencia del de viajes, que no lo tengo por aquí. Dibujé eso y me quedé pensando, ¿no? Pensaba "cuánto hace que no me como unas chocolinas", y fue bajar al kiosco de enfrente para saciar mi ambición alcanzable.
Pero cuando volví miraba el dibujo y leía eso de las manos dicen hola, y es curioso. Porque las manos en su ansiedad se nos adelantan, nos hacen prescindibles por un instante y sólo somos un soporte motriz para que ellas hagan lo que les plazca, y dejarnos sentados, como simples espectadores. Entonces luego uno apura el paso para ver a dónde quiere llegar la mano dibujante, y he allí el lienzo impoluto de la libre interpretación.

Las manos, dicen HOLA.
Hacen otras cosas también, ya sé; pero las manos, básicamente, dicen HOLA. Como una comunicación certera a la distancia, cuando la voz se difumaría en los ruidos que hacen la sinfónica perpetua de una ciudad moderna, xilofones misturados de todos los saludos desvanecidos y los tangos silbados que erosiona el viento. Las manos se ven desde lejos bailando, son francas y amables, elocuentes y por qué no, llamadoras. Alguien agita la mano en lo alto de su humanidad justo hacia aquí, y uno sonríe y levanta la suya en lo alto de su humanidad también porque, hombre, no jodas, que saludarse tan expresivamente es de los beneficios mas preciosos de los seres humanos.
Y uno se arrima, donde las manos se van llamando hasta que se abrazan, o quizás le dejan el gusto a los labios y cachetes, narices y codos, o una palmadita en la espalda.

Pero ellas las manos, dicen ¡HOLA!