
Es que no tomé la comunión.
Hoja de pruebas de colores, definido con algunos retoques intencionales (el dibujo es impreso luego de escanear el original)


Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff,lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur. Ella, la mar, estaba mas allá de los altos médanos,esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arena, después de mucho caminar, la mar estallo ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de lamar, y tanto su fulgor que el niño quedo mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando,pidió a su padre;
- ¡Ayudame a mirar!

No es una gran revelación: la suciedad (grela, mugre, como quiera llamársele) es un invento de la tecnología. Como una hija accidental de la misma evolución, preferida de los científicos esos a la hora de jactarse. La tecnología misma también ha dejado al margen de la buena historia al jabón neutro, a las tablas de lavar, e incluso al megáfono, reemplazado por esos minicomponentes, que les dicen. Porquerías, les digo yo. Porque eso es lo que son, porquerías. Inventos y más inventos; una caravana desfachatada de adminículos y mamotretos de todos los tamaños que dicen facilitar la vida de las personas. Porque hoy en día mi viejo, son todos unos vagos. Que no me vengan a decir que necesitan tal o tal aparato porque lo que necesitan es ganas de trabajar, eso es lo que necesitan.
Ayer a la mañana, en vísperas del mediodía, estabamos con unos muchachos tomando algo fresco en el bar "El Dador", de Carlos Alonso Cárdenas. Mucha calor decía Carlitos, perdido entre el sudor condensado que hacía imposible la visibilidad dentro del recinto, mientras fregaba un vaso con la franela ennegrecida del taller mecánico, su otra ocupación. Yo no podía hacer más que darle la razón, si ahí adentro gorrión en un caño era poco decir y las axilas excesivamente peludas de los concurrentes no hacían mas que enturbiar el aire. No pensé en retirarme tampoco, porque en la calle el frío era degollador y no prometía tan buena compañía como el bar, de modo que seguí impertérrito en mi butaca.