Por el "Pollito" Ciancrotta
Ayer a la mañana, en vísperas del mediodía, estabamos con unos muchachos tomando algo fresco en el bar "El Dador", de Carlos Alonso Cárdenas. Mucha calor decía Carlitos, perdido entre el sudor condensado que hacía imposible la visibilidad dentro del recinto, mientras fregaba un vaso con la franela ennegrecida del taller mecánico, su otra ocupación. Yo no podía hacer más que darle la razón, si ahí adentro gorrión en un caño era poco decir y las axilas excesivamente peludas de los concurrentes no hacían mas que enturbiar el aire. No pensé en retirarme tampoco, porque en la calle el frío era degollador y no prometía tan buena compañía como el bar, de modo que seguí impertérrito en mi butaca.
Y cuando la puerta de nylon se abrio Carlos al estilo Saramago: pero si es el padrecito Pedro, cómo se va a ir sin tomarse una ginebrita padre, usted que debe andar cansado del día de hoy, pero cómo negarle, don Carlos, si tanta misa sin poder tomar vino es un calvario, fíjese usted. Y el padre se sentó entre el Tano Miguetti y yo, en el último banquito libre. La sotana ya tenía un tizne brillante por el sudor y la humedad impregnados del ambiente y de la frente del padre se adherían gotas in crescendo.
Cada uno con su ginebra, excepto yo que tomaba un té de boldo, meta charla de todo y con más confianza, después de descubrir con el padrecito muchas coincidencias. Carreras de caballos, el prode, el póker y el tejo fueron nuestras aficiones más encontradas. Pasó la mañana así de amena, hasta que el sol vertical del mediodía mandó a cada uno a sus diligencias. Yo a dormir la siesta, don Carlos a rasquetear las paredes, y el padrecito a leer su Ámbito Financiero. Los demás por supuesto, rasqueteando con don Carlos, para tener mañana un trago asegurado. Como en aquella canción de Joan Manuel.
Ayer a la mañana, en vísperas del mediodía, estabamos con unos muchachos tomando algo fresco en el bar "El Dador", de Carlos Alonso Cárdenas. Mucha calor decía Carlitos, perdido entre el sudor condensado que hacía imposible la visibilidad dentro del recinto, mientras fregaba un vaso con la franela ennegrecida del taller mecánico, su otra ocupación. Yo no podía hacer más que darle la razón, si ahí adentro gorrión en un caño era poco decir y las axilas excesivamente peludas de los concurrentes no hacían mas que enturbiar el aire. No pensé en retirarme tampoco, porque en la calle el frío era degollador y no prometía tan buena compañía como el bar, de modo que seguí impertérrito en mi butaca.
Y cuando la puerta de nylon se abrio Carlos al estilo Saramago: pero si es el padrecito Pedro, cómo se va a ir sin tomarse una ginebrita padre, usted que debe andar cansado del día de hoy, pero cómo negarle, don Carlos, si tanta misa sin poder tomar vino es un calvario, fíjese usted. Y el padre se sentó entre el Tano Miguetti y yo, en el último banquito libre. La sotana ya tenía un tizne brillante por el sudor y la humedad impregnados del ambiente y de la frente del padre se adherían gotas in crescendo.
Cada uno con su ginebra, excepto yo que tomaba un té de boldo, meta charla de todo y con más confianza, después de descubrir con el padrecito muchas coincidencias. Carreras de caballos, el prode, el póker y el tejo fueron nuestras aficiones más encontradas. Pasó la mañana así de amena, hasta que el sol vertical del mediodía mandó a cada uno a sus diligencias. Yo a dormir la siesta, don Carlos a rasquetear las paredes, y el padrecito a leer su Ámbito Financiero. Los demás por supuesto, rasqueteando con don Carlos, para tener mañana un trago asegurado. Como en aquella canción de Joan Manuel.